Insoportable, trataba de sacar de mi mente esos deseos de tenerla cerca, de verla, y lo peor de todo es que era inevitable, ahora se hacia más frecuente su recuerdo, ya que pasaba por Diego al terminar las clases. Reprochaba mi conducta constantemente, no era civilizada, y mucho menos teniendo en cuenta que era la enamorada de mi mejor amigo, estaba perdiendo el control mi mente y por consiguiente el control de mi alma.
Me perturbaba demasiado con su fachita de modelo, sus ojos claros y pícaros y una boquita de labios pequeños y finísimos, Milagros era la coquetería hecha mujer. Y sé que ella sentía algo por mí. Lo sabía porque me hablaba sin dejar de sonreír, moviendo en cada palabra sus labios con una coquetería que, seguramente, no olvidare jamás. Contemplaba esos labios marcados y sensuales, arrullado por la armoniosa música de su voz, en todos esos momentos sentía unos enormes deseos de besarla. Sentía que se me aceleraba el corazón cada vez que habría la boca.
Era un hecho. Yo de Milagros me enamoré como un becerro, de la forma más romántica de enamorarse. Una noche como muchas otras, en las que salíamos en parejas, yo acompañado de una amiga, de apariencia y trato agradable, disfrutamos de una cena. Los platos estaban bien presentados llenos de verduras y carnes que probaba, solo para cumplir. En cambio, bebía junto a Diego un cálido y almibarado vino, Milagros se agregó al brindis y juntos disfrutamos de la bebida. Me sentí mareado, antes de que terminara la cena, al igual que los demás. Estuvimos aproximadamente media hora más libando ese cálido licor, a esa hora iniciaba una especie de número artístico, bajaron la intensidad de las luces-la mesa quedaba iluminada por unos focos centrales en diferentes puntos del salón-, cuando sentí el pie de Milagros sobre el mío. Estaba muy linda en esa media oscuridad, ligeramente abochornada por el alcohol, sus hombros redondos y su cuello erguido, sus ojitos color miel llenos de brillo. Se había descalzado para hacerme sentir la planta de su pie, que estuvo casi todo el espectáculo sobre el mío, moviéndose por momentos para frotarme el tobillo, y hacerme sentir que estaba allí, sabiendo lo que hacía, desafiando a su enamorado y a mi mejor amigo.
Nos retiramos del lugar faltando quince minutos para la media noche, Diego sintió los estragos del líquido dulzón, se paraba desequilibrándose, yo aún tenía cierta sobriedad ya que era el que conducía el vehículo, Milagros y yo asentimos en dejarlo primero en su hogar por la distancia y sobre todo por su estado. Luego de dejarlo en su hogar me disponía a dejar a Milagros en su casa, cuando repentinamente me dijo que detuviera el auto y así lo hice.
Era una noche de tenue oscuridad. La luna se había apoderado de la noche iluminando todo con sus escasos rayos de luz. El vasto firmamento dejo ver todas sus estrellas, la lobreguez del cielo era la suficiente para opacar las luces nocturnas del mundo civilizado. La calle estaba vacía, hacía mucho frió. No hacía falta más, solo una mirada para dejarme arrastrar por ese huracán, la besé con esa pasión desbordante y fui feliz. Ella estaba en el asiento trasero, me pasé a la parte posterior del auto, resistiendo el vértigo. Desnudé su busto con todas las precauciones del mundo, estudiando, como objetos preciosos y únicos, las prendas que llevaba encima, besando con unción cada centímetro de piel que aparecía a mi vista, aspirando el aura suave, ligeramente perfumada, que brotaba de su cuerpo. Le besé los menudos pechos, largamente loco de dicha.
Mientras la abrazaba y la acariciaba y la besaba en el cuello, en los hombros, en las orejas, le decía cuanto la quería, cuanto la amaba y lo desafortunado que era al no poder tenerla a mi lado. Ella respondía a mis caricias, me besaba y mordisqueaba por todo el cuerpo, seguramente, a la luz del alba mi cuerpo tendría las marcas del ardor que vivimos en esa diáfana oscuridad. Poco a poco la ventana frontal del auto fue perdiendo lucidez-las demás eran polarizadas- muy pronto nos vimos rodeados de ventanas empañadas de vapor, debido al calor de nuestros cuerpos. Me sentía tan feliz, pero a la vez miserable, esa noche termino entre besos desesperados y caricias furtivas.
A la mañana siguiente, asistí a clases normalmente, me había percatado que mi cuerpo era testigo de una noche de pasión, cuando me encontré con Diego no tenia cara para decirle lo sucedido, preguntó sobre las marcas en mi cuello, noto mi rostro afiebrado y me miro con extrañeza, ya que mi amiga se retiró en medio de la cena de anoche, al no poder responder, abrió los ojos asombrado por lo aparentemente obvio, cuando a lo lejos se acercaba mi huracán que llevaba por nombre Milagros.